Huellas urbanas: la marca del fabricante
(fotografía del Blog de Mario Minervino “páginas urbanas”)
En su libro “El artesano” (Ed Anagrama 2009), el sociólogo norteamericano Richard Sennet relata la historia de la “marca del fabricante” partiendo de un arte romano conocido por todos: Las construcciones con ladrillos… pero cuidado, a no confundirnos, ya que no lo hace desde la perspectiva arquitectónica de las grandes construcciones romanas, sino desde la de los fabricantes de ladrillos, arte tan antiguo como la cerámica.
¿Por qué los artesanos comenzaron a dejar su huella personal en ladrillos y baldosas? Sennet responde que sería una manera de introducir el fécit - “yo lo hice” “Existo”- o presencia del productor en el objeto, estableciendo a partir de ello una conexión entre artesanía y política.
No es seguro afirmar que en sus inicios esa pura marca tuviera como función el comunicar algo a alguien ya que por ser anónima se convierte ante todo en signo para el que la realiza, por ello a veces se reducía a muesca, huella de la expoliación del hacer del esclavo por parte del Amo, lo que nos permite ubicarla más cerca del signo perceptual freudiano y lalangue lacaniana que de la representación - palabra o el significante.
En Grecia ya no se trata del esclavo sino del artesano, que si bien no era un ciudadano y su actividad se encontraba poco valorizada, comienza poco a poco a ocupar otro lugar en lo social. Ejemplo de ello son los relatos históricos que encontramos sobre los talleres familiares y los talleres donde llegaban a trabajar varios siervos. Con el desarrollo de la alfarería y las pinturas con escenas complejas, aparece otro tipo de marca que podría pensarse que sí está hecha para comunicar. Sennet señala que se comenzaron a firmar los productos de dos formas distintas: con el nombre o con la mención del lugar donde vivían. Esta firma permitía ubicar al fabricante y a su vez podía agregar valor económico a un producto, lo que lo elevaba por encima del valor de intercambio para la subsistencia, común a los artesanos más humildes.
En el taller artesanal desaparece la pura marca para convertirse en “marca del fabricante”. De manera similar que pensamos en el lenguaje como elucubración de lalangue, podríamos pensar que la “marca del fabricante” hecha para comunicar, se produce como metáfora de la huella, abriéndose un campo de investigación sobre el tema de los nombres, y de su relación con el arte y el síntoma –tema que aborda el psicoanálisis-.
Recorriendo nuestras ciudades difícilmente podamos ubicar quiénes fueron los que hicieron los ladrillos, el anonimato prosigue como en otros tiempos. Extrañamente no ocurre lo mismo con los mosaicos de las veredas, especialmente los utilizados en las construcciones de fines del siglo XIX y principios – mediados del XX, provenientes de las casi extintas “fábricas de mosaicos”. ¿Cuál habría sido la condición que posibilitó que algunas veredas se prestigien con la “marca del fabricante”?. Podría pensarse que la inmensa cantidad de inmigrantes europeos trae con ellos las cuestiones que hacían a la cultura de época en sus países, tiempos en el que como resistencia a la maquinización de las tareas del hombre surge un arco de movimientos artísticos- artesanales que revalorizan el trabajo del artesanado resituándolo como arte.
Algunos historiadores refieren que el crítico de arte John Ruskin fue uno de los pilares que en el siglo XIX produjo una revolución en las artes, volviendo la mirada hacia el trabajo del artesano. Se lo considera referente de la hermandad prerrafaelita y del movimiento art & crafts que impulsara William Morris, ambos antecedentes de la Bauhaus y de distintos movimientos artísticos del siglo XX. Para estos movimientos toda la casa podría ser considerada una obra de arte en sí, de allí que ladrillos, muebles, mosaicos, y diseños artesanales eran considerados valiosos en sí mismos, uno por uno.
El valor que en esta época adquiere cada una de las tareas y cada uno de los objetos concretos que se ponen en juego en la construcción de una vivienda habría posibilitado que en una vereda, uno de los mosaicos designara al fabricante, dando un plus de valor a la obra, constituyéndose en huella urbana de una ética y una estética de las construcciones y del trabajo.
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