Teatro Documental - Testimonial . Archivo Cavallero o lo imperecedero



(Video de promoción realizado por FerroWhite)

Sentados en el pequeño anfiteatro del Museo de Ferrowhite esperamos el comienzo de la obra. En el escenario un mostrador; delante de él se ubican en fila herramientas que alguna vez fueron utilizadas para el trabajo diario de los ferroviarios. Diversos neoartefactos armados con distintas partes de lo que en otros tiempos tuvo alguna utilidad, se encuentran dispersos por el escenario.

Se apagan las luces. Comienza la obra. La iluminación barroca da lugar al ingreso del actor que se recorta desde la sombra. En el cuerpo inmóvil de Pedro pueden observarse las marcas del trabajo y del tiempo. El “Bolero de Ravel” es voz que da vida al cuerpo del actor, que comienza a danzar provocando en el público cierta vacilación y pérdida de la referencia. No hay forma unívoca de responder. Fascinación, risa, reflexión, perplejidad, aplausos... mientras pareciera suspenderse el sentido, Pedro baila, se hace cuadro

El actor se desplaza por todo el escenario articulando distintos relatos: el espacio radial (con musica, propaganda y anécdotas de época), el trabajo ferroviario y el uso de cada una de las herramientas, su infancia, la presentación de algunos neoartefactos armados con fragmentos de aquello que otros deshechan. Pareciera invertirse la fórmula de que el deshecho que producen las sociedades se encuentra destinado a la destrucción.

En escena Pedro no puede explicar qué son los neoartefactos que construye, pero sí puede afirmar que son su invención y es evidente que se sirve de ellos. Cuando en la obra los muestra su rostro se ilumina y pareciera esbozar una sonrisa, “¿esto? No sé que es esto…” son cosas que invento con las cosas que otros tiran y yo encuentro”. A continuación se dirige a la fila que se encuentra delante del mostrador, y nos invita a ver en cada herramienta u objeto una parte del pueblo… su casa, la escuela, la estación, el club. Comienza el relato de aquellos otros tiempos en los que tomaba el tren, caminaba para ir a la escuela, volvia a trabajar con su madre que hacía comidas para los trabajadores. Mientras relata de forma sentida la historia, su historia, se acerca al público, y recorre los distintos lugares mostrando una imagen para finalizar diciendo: “esto… esto es lo verdaderamente imperecedero”. El público mira, pero la mirada pareciera provenir de más lejos, de un Otro que conciente, que con su aplauso hace un guiño y atemepera en algo la carga de quien sobre sus hombros ha asumido la responsabilidad de que el Otro no perezca.


Horacio Wild
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